«Estoy dispuesto a escucharlo todo. Solo te pido que me seas sincera, para poder confiar en ti». Se lo dice el amante a la amada. Tantean las arduas, sutiles negociaciones del contrato del amor. Él acierta en reclamar sinceridad: ¿se puede sostener una relación sin transparencia, sin desnudez, en definitiva sin confianza?
Sin embargo, ¿hasta qué punto su propia declaración, tan razonable, es sincera? Al menos consigo mismo. ¿Realmente quiere escucharlo todo? La verdad es un plato crudo y, a menudo, indigesto. ¿Es cierto que solo pide sinceridad? Hay que dudarlo: lo que de veras esperamos no es que nos digan la verdad, sino la verdad que queremos oír. Por debajo de su sentenciosa petición, tan impecable, tan heroica, el amante avisa, temblando: «No hagas nada que no me puedas decir; nada que, si me lo dices, pueda herirme el orgullo, pueda hacer que recele en ti a una enemiga». Tal vez, en fin, el amante esté diciendo: «No me lo digas todo. Pero lo que ocultes, no me lo digas nunca».
Es imposible decirlo todo; ni siquiera parece deseable. No queremos saberlo todo, ni falta que nos hace. La confianza no se gana compartiéndolo todo ―¡qué insoportable inquisición del amor! ¡Qué confianza más endeble!―, sino diciendo lo que hay que decir.
"Necesito poder confiar en ti".... ¿cuándo uno tiene mucha confianza en sí mismo acaso va pidiendo a los demás poder confiar en ellos? ¿acaso teme "perder" a los demás?
ResponderEliminarNecesitar confiar con los demás, parece ser un sentimiento gregario importante, y parece delatar muchas de nuestras miserias, como bien narras.
Eso es como la fe en una verdad absoluta, necesitar creer en algo... Como decía Montaigne: buena almohada la duda para una cabeza bien amueblada.
Captas muy bien el patetismo de ese reclamo: "Necesito poder confiar..." Es patético porque proclama una impotencia: la confianza es tremendamente vulnerable. Y lo es porque siempre queda algo que se calla o que se miente.
EliminarPero lo interesante, para mí, no es esa fragilidad tan obvia del contrato humano. Lo interesante es que nuestro reclamo de sinceridad tampoco es del todo sincero. La verdad cruda nos comprometería demasiado, nos obligaría a tomar partido, a enfrentarnos a nuestra propia verdad. Por eso somos cómplices de ciertos pactos de silencio, sin los cuales las relaciones probablemente no se podrían sostener. Ese implícito "no me lo digas todo, no te lo diré todo" me resulta fascinante.
La verdad, la frase se puede interpretar de varias maneras. Por ejemplo, como un mecanismo de extorsión emocional... verse obligado a confesar los "pecados" es también un intento de disuadirlos. A fin de cuentas, a una persona que aprecias y estimas tenerle que decir a la cara que le has fallado o engañado, es un fuerte mecanismo de disuasión y a la vez de control: mientras te veas con la necesidad de contármelo todo te controlo.
ResponderEliminarInteresante