sábado, 4 de junio de 2022

Impunidad

R. Rolland decía que el hombre es un buen animal, pero no hay que pedirle demasiado.
¡Qué visión más luminosa, más compasiva de la endeblez humana! Somos buenos, como afirmaba Rousseau, pero podemos ser bastante malos: la vida resulta difícil, nuestros impulsos complejos (o simples, pero contradictorios); la bondad, a menudo, requiere nadar contra corriente.


Pero para la mayoría no basta con la voluntad. Necesitamos al menos un apoyo más: la norma. Somos seres sociales, y vivir en sociedad conlleva unos pactos, como también explicó Rousseau. Hay una mirada social que nos los recuerda y nos los exige. La conciencia moral surge del eco interior de esa mirada.

La conciencia es un agente moral poderoso, pero, como todo lo subjetivo, fácilmente maleable. Sin testigos, nos movemos en la impunidad. Quedamos a merced de ese diablillo interior que nos insta a seguir el puro deseo. La impunidad es peligrosa, y puede sacar lo peor de nosotros. Ciudadanos respetables se convierten en ladrones o asesinos cuando un desastre o una guerra interrumpen el orden habitual. Una calle solitaria puede inspirar lamentables tentaciones. Por eso nos aglomeramos, más seguros entre una multitud de desconocidos que aislados frente a un solo extraño.

2 comentarios:

  1. Y con testigos nos volvemos esclavos de sus opiniones y acciones... Tal y como ocurre con las redes sociales. El infierno son los otros decía Sartre.

    La moral y la consciencia son, también, sumamente perjudiciales. Una sociedad completamente moral y consciente de todo lo que hacen y no hacen sus ciudadanos sería un manicomio. La gente se suicidaría en masa.

    Seguramente no haya nada bueno ni malo de por sí en la vida... todo cuando nos parece bueno y deseable, en el fondo siempre lleva de regalo algo peligrosísimo y destructor. No entender eso, no quererlo ver, es la fatalidad de muchos.

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  2. De acuerdo en todo. Párrafos afilados y bruñidos como puñales. Ojalá pudiéramos invitar a Nietzsche y a Sartre a la discusión.

    El infierno son los otros... en la medida en que yo soy el infierno para ellos (pues soy "otro"). Y en la medida en que, entre todos, armamos ese infierno ineludible que es la sociedad.

    La moral: extravagancia humana que no deja de asombrarme. Peligrosísima, en efecto. No hay mal que no se inflija sin invocarla. Nietzsche nos enseñó que es un instrumento de poder. 1984 sería esa sociedad moral y consciente de la que hablas: el espanto.

    Sin embargo, hay que convivir (norma) y hay que elegir (criterio). Algún compromiso habrá que concretar. ¿Qué hacemos, entonces? Apunte provisional: mantener los ojos bien abiertos, insistir en la mirada crítica, obstinarnos en el escepticismo. Combatir los fanatismos que aplastan lo vivo en nombre de abstracciones. No será suficiente, pero quizá (solo quizá) nos prevenga de lo peligrosísimo y lo destructor.

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