sábado, 9 de julio de 2022

Proximidad

A mayor proximidad, mayor intensidad… de todo tipo.
Puede haber mucha ternura y mucho compromiso en la distancia, normativa y convencional, de lo cotidiano; sin duda nos complacen, pero no nos sacian: la calidez que envuelve y mece reside en la inmediatez, como el placer, como la complicidad.


Pero esa misma potencia gustosa que nos dispensan las dulzuras en la cercanía, se convierte en dolor cuando las niega, o cuando se dan la vuelta. La rudeza o la indiferencia del ser próximo ―en especial la indiferencia― nos escarban boquetes en el alma. La misma devoción que rendimos al ser amado nos hace vulnerables: si falta la respuesta que confirme que también se nos quiere, sufriremos. No hay don que no nos bendiga con la amenaza de su pérdida, el angustioso fantasma que siempre ronda cerca, y ese es el precio que hay que pagar por las delicias de la intimidad. 

Quien quiera peces, que se moje: quien quiera amor, que se arriesgue y prepare una estancia al desamor. El zorro del Principito lo asumía: mientras lloraba por la partida de su amigo, le agradecía haber ganado su dulce recuerdo. Eso es estar abierto a los ritmos de la vida, que alternan gracia y dolor. La proximidad nos quiere osados, y a veces faltan fuerzas.

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