La vida social está tejida de deberes y compromisos. Hay que trabajar, hay que ir a la reunión de vecinos, hay que acudir a la cena de ex alumnos, hay que telefonear a alguien que no vemos desde hace tiempo…
Todas esas cosas implican algún grado de esfuerzo, puesto que, aun apeteciendo, en parte están reguladas por normas. Lo normativo tira de nosotros desde fuera; aunque las asumamos como propias, siempre tienen algo de externo, de imperioso. Depende de lo gratas que nos resulten, nos resistiremos más o menos a esa imposición de lo externo. En la tensión entre el compromiso y la resistencia aparece el fastidio.
El fastidio social puede amargarnos mucho la vida, si no le ponemos deportividad. Por mucho que reduzcamos nuestros compromisos, algunos seguirán siendo ineludibles. Posponer alivia el momento, pero a costa de comprometer el futuro. Hay que rendirse a un cierto grado de fastidio como reverso del disfrute; tal vez ayude considerar lo que el deber tiene de oportunidad. Planificar ahorra muchos dilemas e inviste de voluntad la obligación. La libertad, en fin, es una modalidad de orden que empieza por controlar el pueril despotismo del capricho. Cumplir lo que debe ser hecho sin protestar hace de la necesidad virtud, y se llama diligencia.
Quizás estés mirando las normas desde "fuera". Hay gente que las mira desde "dentro", es decir, necesita normalizarlo todo para vivir y toma las normas de forma activa. Es decir, para ello obedecer no es un esfuerzo sino una tendencia y un instinto.
ResponderEliminarSoy rebelde por naturaleza... Aunque más en la vocación que en los hechos. En fin, externas o internas, las normas son ineludibles para la vida social, precisamente porque es social. Procuremos no detenernos demasiado en el fastidio y centrarnos en el disfrute, que también lo hay, afortunadamente.
ResponderEliminar