sábado, 10 de diciembre de 2022

Valía y autoestima

Nadie soporta peor los errores y los inconvenientes que quien se empeña en mantener sobre sí mismo
una fantasía desmedida. Pretender ser siempre el mejor conduce por vía directa a la frustración.


No solo es una aspiración ilusa: es además una pretensión abusiva. Siempre hay alguien mejor, o podría haberlo. Por otra parte, ¿de qué nos serviría ser el mejor? Si es por mantener un buen estatus, ¿no nos bastaría simplemente con hacerlo bien? ¿Vale la pena un aprecio tan relativo, tan inestable, como el que nos da el mero hecho de destacar? 

Y si el que precisa esas categorías desmesuradas es nuestro ego, ¿no revela con ello una tremenda vulnerabilidad? El ego se obsesiona por descollar cuando teme quedarse atrás. Pero, ¿se quiere realmente el que condiciona su amor propio al voluble aplauso ajeno? ¿Qué autoestima es esa que gravita en lo fugaz, en lo que resulta, a la larga y en definitiva, inalcanzable? 

Necesitamos proyectos y progresos; sentirnos valiosos y capaces. Pero no hay que jugar toda la valía a una sola meta. Las metas son un adorno de la vida, no su esencia. Al ego hay que ponerle a raya, y no dejarle inmiscuirse en el amor. En cuanto a los demás, busquemos su reconocimiento y su afecto como lo que son: algo deseable, pero no imprescindible.

3 comentarios:

  1. Leía el otro día que el sentimiento dominante contemporáneo es el vacío existencial. ¿se debe a una falta de metas, de sentido, de objetivos?

    Nunca se ha trabajado tanto en la historia de la humanidad como los últimos 300 años y sin embargo, da la sensación de que este trabajar es para mucho un saco vacío donde meter su tiempo a costa de vivir.

    Quizás sea una cuestión de pérdida de orgullo, de lo que llamas "amor propio". Quizás...

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    1. Ese vacío existencial contemporáneo ha dado para muchas reflexiones y merece todavía más. No me resisto a darle un par de pinceladas rudimentarias, inspiradas en lo que ya han propuesto otros.

      En primer lugar, con el retroceso de la espiritualidad, el hombre ha ganado en lucidez, pero a costa de quedarse solo. Ya no está amparado por los dioses ni los antepasados. Ya no le espera más que la nada y el olvido después de la muerte. No es fácil sostenerse en la mera materia, teniendo en cuenta, además, que es una materia que nos atrapa, que nos pone a su servicio, a través de la producción despersonalizada y el consumo febril.

      El trabajo, en efecto, se vacía cuando pierde el sentido personal y nos convierte en autómatas entre máquinas y monstruos burocráticos. Pocos encuentran en esa ocupación alienada una fuente de realización o sentido.

      Relacionado con ello, hay un tercer fenómeno que no ha hecho más que incrementarse en el declive de la modernidad, y que afecta al único sentido que le queda al hombre sin trascendencia: los vínculos afectivos. El individualismo ha arrasado con los sentimientos de comunidad y pertenencia.

      Si a todo esto le añadimos la progresiva incertidumbre de un mundo instrumentalizado por el capitalismo feroz, donde cada día el futuro parece más amenazante, no es extraño que todos vivamos con ese encogimiento de estómago, sin saber dónde agarrarnos para sentirnos cobijados. Hasta el sueño de la clase media ha sido desmantelado por el capital salvaje. Como endeble paliativo, la sociedad nos ofrece infinidad de distracciones y recetas de éxito, que consumimos con avidez sin que acaben de llenar ese "saco vacío" del que hablas.

      Pero, en fin, por negro que sea el panorama, no nos resignamos. En medio de toda esa labilidad existencial, cada cual sigue apañándoselas como puede, buscando lo que no tiene e inventando lo que no encuentra. Nos quedan la curiosidad, la imaginación, la buena voluntad, el esfuerzo por lo que creemos mejor y, sobre todo, los afectos que nos unen unos a otros. Quizá entre todos (y a pesar de algunos) encontremos nuevos caminos: de hecho, no tenemos más remedio.

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  2. gracias por el comentario. Muy interesante, me da por pensar

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