Las personas escriben nuestra vida. Somos una historia de encuentros y desencuentros, de amores y desamores, de amigos gozosos y fieles antipatías (debería haber algún vocablo que expresase una aversión menos belicosa que la de los «enemigos»).
Aquí quería centrarme en la amistad, esa en la que, según Montaigne, reside «el último extremo de la perfección de las relaciones que ligan a los humanos». O más bien en los amigos que la riada de la vida relegó a la memoria. Su evocación es seguramente el mejor adorno de nuestro recuerdo. Son la familia del corazón, que a veces predomina sobre la de la sangre.
Hay pocos amigos tan inmediatos al afecto, tan imbricados en nuestra sustancia, como Étienne de La Boétie fue para Montaigne: un verdadero «hermano». Ya lo avisa él: ¡tienen que coincidir tantas cosas! Por otra parte, tal vez no todos estemos hechos para entregarnos a la amistad con tan intensa fruición. Sin embargo, para todos, incluso para los solitarios, ha habido en la vida complicidades y compañías que nos han apoyado, nos han alegrado, han avivado nuestras ganas de vivir. Si volvemos a encontrar a esas personas parece que no ha pasado el tiempo, y el ánimo vuelve a agitarse de emoción y gratitud. Y a veces llegan otras. ¡Qué suerte!
Me ha gustado lo de "debería haber algún vocablo que expresase una aversión menos belicosa que la de los “enemigos”". Hay otra posibilidad: no leer ese vocablo en tono belicoso.
ResponderEliminar¡Genial propuesta! Podría concebirse una escala de enemistad, aunque habría que rehacerla constantemente, jeje.
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