miércoles, 29 de marzo de 2023

Triunfadores

Cada cual esgrime lo que tiene para salir bien parado entre los demás.
Apañárselas entre los otros es, después de la supervivencia, el mayor reto, y de la habilidad para manejarlo dependerá que nuestra vida sea feliz o al menos soportable.


Ahora se habla de inteligencia social, antes se llamaba don de gentes y, aunque la expresión era menos ostentosa, se entendía mejor. 

Hay gente a la que se le da bien la gente: bueno será aprender de ellos; no para imitarlos, afán patético y bastante infructuoso, sino para tomar nota de su pericia en posición y disposición. La sociabilidad, como la guerra, es un arte, y ya sabemos lo mucho que tiene una de otra. Entre los demás hay que competir, conquistar, seducir, negociar, y sobre todo entrenar el olfato para las maniobras favorables. No quiero parecer cínico: también hay que amar y ser amado, y aspiramos a esa forma de dignidad que es la ética. Pero una cosa no quita la otra; todo está entrelazado: amar también es luchar, y la ética del bien vivir aspira también a vivir bien. 

Podemos aprender de los triunfadores. Hay quien saca partido del temple, algunos de la cordialidad. Este inspira respeto, aquel despierta confianza, otro hechiza con su atractivo. Lo único que no se perdona es el tedio: el derrotismo, el lamento, la irresolución.

6 comentarios:

  1. Sí, a veces la envidia hacia los triunfadores nos impide aprender muchas cosas de ellos

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    1. La envidia, bien llevada, nos impulsa a emularlos. Lo malo es que nos arrastre en una actitud obsesiva y destructiva, como le sucede al Salieri de la película "Amadeus".

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  2. Sí, y la envidia suele llevarnos a una ceguera obsesiva e irracional. El ejemplo de Salieri es perfecto. Quedó ciego para ver la amplitud de posibilidades de un gran músico como era él también. Como si el mundo fuese tan pequeño que solo cabía o Mozart o él.

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    1. "Mundo pequeño"... ¡Qué brillante imagen! Salieri sucumbió a una envidia encarnizada porque vivía en un mundo demasiado pequeño. El camino de la curación, por tanto, debe estar en ensanchar el mundo...

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  3. Lo que nos enerva de la envida, quizás no sea tanto lo grande que es el otro sino lo pequeños que nos vemos a nosotros mismos. Y supongo que es fácil decir "hay que ensanchar el mundo", pero desquitarte de lo que ves y sientes para nada es fácil, porque es como desquitarte de la realidad misma.

    Dentro de esta idea, hay algo que a veces les digo a mis hijos, aunque no sé si me entienden porque son pequeños. Ya de niños nos encanta alardear de lo que tenemos o hemos hecho, creyendo que alardeando de ello nos ganamos al admiración y el afecto de los demás, A veces así ocurre, pero las más de las veces lo único que logramos es despertar la envidia de los demás. Hay que vigilar con alardear, sobre todo en un país muy envidioso como el nuestro, porque lejos de sembrar cariño o al menos respeto entre las gentes, cosechamos envidias, resentimientos y odios.

    Como decía la Rouchefoucauld, creo, "en verdad los demás sólo perdonan nuestros errores y miserias", y añado yo: porque ver como fracasamos les hace sentirse superiores y mejores.

    Por cierto, leí por ahí que esa envídia famosa de Salieri no fue cierta, sino un bulo teatral posterior.

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    1. Totalmente de acuerdo. La envidia es una experiencia subjetiva que atañe al envidioso, y de la que el envidiado no pasa de ser un detonante, a menudo involuntario. También yo he prevenido a mi hijo sobre los riesgos de alardear.

      Y, en efecto, la mítica historia de envidias y venganzas de Salieri hacia Mozart fue concebida por Pushkin en una pequeña tragedia (basada en una rivalidad real entre los dos músicos) y popularizada por Shaffer en una obra de teatro que Milos Forman convirtió en película.

      Me permito remitiros al trabajo que dediqué al tema en https://es.scribd.com/doc/292700699/Lopez-Conspiradores-intimos-La-envidia-como-vinculo

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