sábado, 22 de julio de 2023

Pedantería

La pedantería se perdona mal, y con razón. En el genio es un aliño redundante y fastidioso: la genialidad tendría que relumbrar por sí misma, prescindiendo del bombo de su alarde; al verdadero talento debería bastarle con la gracia natural de sus obras, en lugar de hacer de su excelencia propaganda. Destacar ya es un premio para el ego, no hay necesidad de servirlo aún más indigesto ―somos envidiosos― para los demás.


La mayoría de los genios, si son sabios, entienden que la pedantería no es un adorno, sino un manchurrón en la tersura propia de la excelencia; los amaneramientos no la hacen mayor, solo encandilan y empalagan. Y si además se pretenden sinceros, asumirán que la genialidad, como todos los triunfos, tiene mucho de trivial: es relativa, es inestable, es pasajera. 

Pero, si en el genio la pedantería importuna, en el mediocre resulta patética. A él solo le sirve para disfrazar la pobreza, para disimular con mucho ornato la falta de sustancia. El mediocre pretencioso pierde la oportunidad de florecer con sus cualidades, en lugar de gastar esfuerzos en arrogarse las que no posee. En el exquisito la sencillez luce elegante; en el mediocre conlleva algo mejor: honestidad, que es la virtud que siempre nos queda cuando no despuntamos en otras.  

1 comentario:

  1. Sí que es un poco gracioso ver alguien que se aplaude constantmente a sí mismo

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