Hay gente que simplifica o enriquece la vida de los otros, y gente que la entorpece y la enreda. Hay gente que ilumina y gente que echa basura desde no sé qué pozos insondables. A los segundos les tildan de «tóxicos», con despecho a veces burdo, aunque comprensible. Con ellos hay que empezar por defenderse, «cerrar la muralla», como dice la canción.
Siempre es preferible dialogar, pero hay gente tan obcecada que no escucha lo que la cuestiona. Procurarán enrolarnos en sus guerras, y cuando no pueden procuran que nos caiga toda la metralla posible. ¿Qué ganan? Al menos dos cosas: no quedarse a solas consigo mismos ―implosionarían― y, si son hábiles, seguir creyendo, y hacer creer, que los tóxicos son los demás.
Quien hace daño suele haber sufrido daño, o teme sufrirlo. Merece el resquicio de la empatía. Quizá los «tóxicos» sean los que precisan más nuestra solidaridad, empezando por no desdeñarlos con una sentencia de antemano (¿quién no es tóxico de alguna manera?). Pero lo primero que aprenden los nadadores socorristas es apartar al náufrago para que no los arrastre al fondo en su desesperación. Solo si uno se mantiene a salvo puede echar una mano al desesperado. A veces lo prudente, o lo único viable, es cerrar la muralla.
Los griegos, en general, consideraban que no hay nada completamente bueno ni nada completamente malo o toxico, sino que las cualidades de las cosas reside en las dosis. Por eso amaban esa vieja máxima de los 7 sabios griegos, que dice: la virtud reside en la justa medida.
ResponderEliminarHermosa máxima, que da para todo un plan de vida, toda una eudeimonía, como llamaban los abuelos griegos a la felicidad. Lástima que sea tan difícil decidir dónde reside la justa medida. Aunque bueno, buscarla nos mantiene entretenidos.
EliminarEl justo medio le llaman los confucionistas.
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