«Ser ingenuo es malo, pero ser cínico es aún peor», escribe Sara Protasi acerca de House. Según ella, el cinismo le impide «ser feliz» al hosco médico de ficción. ¡Como si fuera tan fácil!
Yo creo que sucede más bien al revés: House es cínico porque es infeliz. El cinismo es su manera desesperada de acorazarse. Quien se siente vulnerable ―porque duda de su dignidad o su valía― no logra ver en la entrega a los otros más que un peligro. Confiar implica el riesgo ―casi la certidumbre― de ser defraudado. Y el desengaño, cuando la autoestima es frágil, podría dejarnos definitivamente rotos.
El cinismo es un modo de mantener la distancia, y por tanto de reducir el riesgo de la dolorosa decepción. Ausentándose, uno está a salvo de ser abandonado. La desconfianza es un modo de distanciarse, de persistir en no ponerse al alcance del otro. La burla despectiva no solo exhibe los trapos sucios ajenos, sino que además le pone a uno en guardia contra ellos, al ridiculizar los torpes modos que solemos tener los mortales de ocultarlos. «Todos mienten», asevera House, y al decirlo va más allá de la mera constatación: se salvaguarda de esas mentiras. Pero también de las verdades, y del placer, y de la ternura. El cinismo, al salpicar de basura, no solo la previene: también la extiende.
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