martes, 28 de noviembre de 2023

Musicales

De un tiempo a esta parte, quién me lo iba a decir, me vengo fascinando por los filmes musicales
, y en especial por las escenas de baile.

Algunas me tienen hipnotizado, con su despliegue de minuciosa belleza, y sobre todo por su esplendor de vitalidad embriagada. Y pensar que me aburrían. No se puede bailar sin sonreír. Entiendo que Salomé rindiera a Herodes con la danza. 

Ahora, y quién me lo iba a decir, comprendo que el desprecio por el baile formaba parte de mi reticencia a la vida, y que de joven habría tenido que llevarle la contraria a mi torpeza. Tal vez bailando habría rescatado mi cuerpo, que es siempre el camino más directo al contento y la autoestima, y habría ganado puntos con las mujeres, tan vecinas del cuerpo y de la vida. 

Quién me lo iba a decir, pero miro una u otra vez con la boca abierta coreografías de Fred Astaire, Gene Kelly y Donald O’Connor, y me parece que se me van los huesos detrás de esa verbena de gracia y armonía, esos juegos que veneran la existencia, el derroche y el brío. No hay estampa de Cantando bajo la lluvia en la que falte embrujo. La aparente naturalidad de esas cabriolas encubre horas y horas de arduo ensayo. Eso es el arte, que conquista la facilidad con el esfuerzo. Y así imagino el arte de vivir: ganar la sencillez.

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