Resulta chocante, inspira rechazo plantearse la posibilidad de que el amor vaya acompañado de una mezquindad tan grande como el resentimiento. Y, sin embargo, los perspicaces psicoanalistas nos lo han expuesto con mucho fundamento..
Melanie Klein lo planteó claramente: cuando amamos, proyectamos todo el valor en el objeto ―o el ser― amado, el cual, al acapararlo todo, nos vacía a nosotros de valor; si el otro vale todo, yo no valgo nada. Klein concluía que, en tales circunstancias, la envidia tenía que ser inevitable: es normal que nos abrume tanta perfección fuera y, por el contrario, tanta imperfección dentro; es normal que queramos algo de lo bueno para nosotros.
Visto así, amar contendría una cláusula de suspicacia. Tal vez exista siempre algo de esa ambivalencia, aunque sea en un plano inconsciente y de un modo muy sutil. Hay que sobrevivir a tanto amor, hay que impedir que nos inunde y nos relegue a la insignificancia. Necesitamos construirnos: el amor secunda, porque el que nos ama nos reconoce, y al amarlo nos reconocemos a nosotros mismos; pero la exuberancia del amor podría aniquilarnos, y parece prudente que le opongamos una cierta resistencia. Un amor imperfecto siempre se sentirá en nosotros como en casa.
Siendo honestos, no tenemos muy claro qué son los deseos, pero hablando de los "deseos" nos pensamos que mas o menos lo comprendemos. Hay muchas formas de tomarse los deseos, y por ello, de interpretarlos. Pero normalmente aprendemos a tratarlos e interpretarlos según nos enseñan, especialmente a través de las novelas, películas, historias, poemas, reflexiones, o la filosofia, etc.
ResponderEliminarDe acuerdo. Solo quería resaltar la ambivalencia intrínseca al deseo, sea el que sea. El hecho de que, al mismo tiempo, quiere y no quiere. En otras palabras: desear no es un impulso lineal, sino contradictorio y a menudo caótico; una tensión dentro de sí mismo.
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