miércoles, 8 de mayo de 2024

Momentos de gloria

A veces, cuando menos lo esperamos, cuando menos lo intentamos, las cosas salen bien. Todo está en su lugar, los astros se alinean y tenemos un momento de gloria.
En ese instante la gente es nuestra amiga y ganan los buenos. Se nos escucha, se nos celebra, se nos aprueba, quizá hasta se nos quiere. Nos recostamos en la hamaca del tiempo, arropados por la tribu. 
Hay que apurar esos momentos de gloria. Sin reticencia, zambulléndonos en ellos como en un agua fresca bajo el sol. Hay que dejar que nos llegue muy dentro la sensación de sentido, y que envuelva el corazón con una dulzura que le sirva de abrigo en los días fríos. Hay que desasirse, por un instante, de las amarguras y los presentimientos. Hay que consentir que la alegría exprima nuestro mosto silencioso en la bodega. 
Pero mejor hacerlo sin pedir, sin esperar, sin pretender que la felicidad se dilate, dejándola rezumar y marcharse como ha venido. La alegría es un movimiento, no un estado, y no se puede retener: aferrarse a ella no solo es tan imposible como atrapar el viento en una red, también la despoja de todo su encanto y la reduce a cenizas. Tal vez si aprendiéramos ese desprendimiento y nos entregáramos al flujo conseguiríamos lo inverso: convertir cada instante en un gozo. Algo así debió ser la iluminación de Buda.

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