sábado, 12 de octubre de 2024

Ante la pesadumbre

La elocuente palabra pesadumbre nos recuerda que la vida pesa,
que vivir es un pesar y por eso cuesta el trabajo de llevarlo a hombros y acarrearlo.  

Hay pesos leves pero pertinaces, que no nos hunden pero se nos pegan a las suelas; y otros que se ciernen sobre nosotros como losas y, si nos descuidamos, podrían aplastarnos. 

Soñamos con volar, pero, como el Mr. Jones de la película, pronto comprendemos que no podemos, que hay que conformarse con el duro suelo, plagado de tropiezos. ¿Cómo arreglárnoslas con eso que Sartre calificaba de oposición viscosa de la vida? 

Todo empieza, probablemente, por aceptar; consentir de buen grado ese retenernos y desgastarnos de la existencia, e incluso colaborar con él, aprendiendo a maniobrar inteligentemente como hace con el viento el marino en el velero. De ahí que convenga, en la medida de lo posible, aligerar, desprenderse de los lastres que no sean imprescindibles: es aquí donde interviene esa actitud que los budistas llaman desapego, y que no concierne solo a objetos, sino también a deseos y relaciones. Un buen ejercicio de desapego es el humor, y la alegría es siempre muestra de sabiduría. Y, en fin, no queda más remedio que cooperar con lo inevitable; creer que, incluso con pesadumbre, la vida es una aventura que puede llenarse de sorpresa y gozo. 

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