domingo, 12 de mayo de 2024

Alfanhuí

Alfanhuí: chico sobrio y sin sonrisas, niño sin padre en busca de maestro
, domador de los colores, corredor de los páramos, cazador de lagartos y de gallos de veleta, héroe de ojos amarillos como los alcaravanes.

Imagino esos momentos de rara inspiración, en los que un simple hombre crea un universo, un todo que brota de la nada y se cierra en sí mismo, y se expande cuando alguien lo contempla. Se ordeña una cultura y un paisaje, y sale un vino recio para noches sin luna. ¿Qué quiso hacer Rafael Sánchez Ferlosio, un cuento para niños grandes o un poema? ¿Una secuencia de estampas surrealistas o un vuelo delicado de palabras por los cielos calcinados del campo de Guadalajara? No sé qué quiso, pero lo que compuso fue mucho más allá. 

Alfanhuí me rindió desde la primera línea, allá en la infancia, cuando leí asombrado su comienzo en un libro de textos de la escuela. «El gallo de veleta, que tiene un solo ojo…» Me prendió de gozo y ya no supe ni quise escabullirme. Desde entonces lo leo regularmente, me zambullo en su remanso irisado de palabras y me siento a salvo de los malos, de mí mismo. Alfanhuí contempla el mundo con ojos de aprendiz, y su mirada y su ingenio crean la maravilla. Le tomé prestado el nombre y me lo cuelgo como un amuleto. Y veo horizontes de sangre y escucho cantar a los alcaravanes.

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