miércoles, 16 de octubre de 2024

El guapo, el rico y el fuerte

Por mucho que evolucionen los valores y los usos, el guapo, el rico y el fuerte siempre jugarán con mejores cartas.
  

Su primacía es atávica, la llevamos en los genes, en el legado imborrable de la selva o de la tribu, en las fuerzas ciegas que reparten el poder. Un legado troncal que, como proclamaba Nietzsche, parece convertir a la cultura y a la ética en meras cuestiones de estilo. 

Ser guapo, rico o fuerte, cada cosa a su manera y combinadas de mil formas, continúan ejerciendo como los ingredientes primarios de la jerarquía social. Aunque cada cosa rija su propio dominio, no dejan de apuntalarse mutuamente en una curiosa ósmosis, como los mosqueteros: uno para todos y todos para uno. Ya se sabe que poder llama a poder. 

Así, los juicios se muestran más benévolos con el guapo, como si la belleza tuviera una dimensión moral e incluyera la bondad; los malos de las películas suelen ser físicamente poco agraciados o incluso repulsivos, y hay algo perturbador en lo contrario. La abundancia y el glamur que rodea a la fortuna es como una aureola que nos hace sentirla superior, quizá porque tiene el color de nuestros deseos. El fuerte nos sugiere valentía y protección, genuinas virtudes del guerrero. Todos ellos nos predisponen a darles la razón, puesto que se la dio la tribu, y el poder, ay, tiene sus razones. 

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