La valentía afirma el impulso cuando fallan las fuerzas. Es la voluntad en marcha: nos saca del marasmo de la facticidad, nos empuja para luchar por cumplir nuestros proyectos.
Puede que tenga algo de desesperación o de hartura, pero solo ella es capaz de hacerlas constructivas. Es el coraje de los héroes y los descubridores.
Pero hay otro coraje menos aparente aunque quizá más necesario: el de la perseverancia. La perseverancia insiste y resiste, y solo gracias a ella tienen continuidad los rumbos maestros de la vida. Empezar las cosas es difícil, pero persistir en ellas, sobreponiéndose al cansancio o al desánimo, a las resistencias de uno mismo o al sedimento del hastío, lo es mucho más.
Mientras la audacia extiende imperios vastos pero frágiles, la perseverancia apuntala discretamente pequeños reinos con vocación de perdurar. Pericles frente a Alejandro. La fuerza se basta a sí misma: la debilidad se apoya en la perseverancia para sobreponerse.
La perseverancia opta por lo arduo cuando nos tienta la rendición. Se enfrenta a los cantos de sirena de la derrota, que no cesan de invitarnos a abandonar. La perseverancia es la verdadera prueba del que fue educado en la resignación, y no hay mejor elixir de la autoestima. Persistir, por tanto, ya es ganar en lo principal: en el pulso con nosotros mismos.
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