miércoles, 15 de enero de 2025

Depresión

A pesar de los pesares, de momento he eludido el devastador zarpazo de la depresión. 
Pero he presenciado sus estragos con suficiente cercanía, por desgracia, para percibir en ella a la vida enemiga de sí misma, clavándose el aguijón mortal de sus estériles anhelos de vivir.    


La depresión odia lo que no sabe amar, destruye lo que no logra construir. La depresión es el pozo en el que se corrompen nuestras aguas, hechas para correr. Hay en ella, pues, algo de mazmorra y algo de impotencia. Como toda tristeza, encierra una alegría desconcertada. Spinoza lo describió: «La tristeza es el paso de una mayor a una menor perfección». Un declive en la fuerza que nos impulsa. En ocasiones, el desplome es tan hondo que luego no encuentra el camino para volver a ascender. La depresión se debate en esa desesperación por no hallar la puerta o por no poder abrirla. 

¿Y qué es lo que se resiste a abrirse? A veces la incertidumbre y el miedo. Otras, el súbito parón después de una larga carrera, que nos dejó exánimes, tal vez rotos. La depresión también suele tener mucho de rabia: nada nos hace sentir más ofuscados que la ira contenida. ¿Cómo salvarnos? Abriendo la ventana, amando, admitiendo y dimitiendo, inventando sentidos, rehaciendo el entusiasmo, dejando que corran las aguas estancadas. Si alcanzan la fuerza y el coraje.

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