Conocer es comprender, comprender es amar. No se puede odiar, y menos ignorar, a alguien a quien se le ha tomado el pulso, de quien se han descifrado claves del dolor y del goce, a quien se han sondeado los sueños y los temores, la fortaleza y la vulnerabilidad. Es imposible visitar sin conmoverse la médula de una existencia.
Sin embargo, dándole la vuelta, tal vez solo se conozca lo que se ama, pues solo el amor nos dota de esa paciencia, esa delicadeza, esa apertura imprescindibles para conocer. Entonces, ¿amamos porque conocemos, o conocemos porque amamos? Ambas cosas, inextricables, crecen o se agostan a la vez. El desamor convierte al otro en un extraño; el desconcierto socava el sentimiento. Amar es estar dispuesto a hacer del otro razón de nuestra vida: solo a quien conocemos le llegamos a conferir esa categoría.
Al final resulta que amamos porque estamos ahí, tan cerca del otro; porque dejamos que el otro se acerque y le dejamos que comprenda; porque optamos por entregarnos y aceptamos que se nos entregue, y nos proponemos conocerlo y ansiamos que nos conozca… ¿Alguien creería en un amor que no alcanza a interpretarle? ¿Alguien se siente comprendido cuando no es amado? Al final, amamos porque amamos, y en ese punto lo humano roza el misterio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario