sábado, 22 de febrero de 2025

Amor brujo

Amamos a quien nos ama. Respetamos a quien se ama.
Una cosa no puede ser sin la otra. El amor tiene que convencer, pero también debe vencer.


Se permiten debilidades que no se hagan agraviantes, enojosas o patéticas. La insistencia conmueve, si no es desesperada: que nos busque por lo que somos, no por necesidad. Queremos ser importantes, no imprescindibles. 

Queremos que se nos conquiste y que se nos seduzca. Conquistan la fuerza y la determinación; seducen el encanto y la risa. La provocación tiene que acercarse con osadía y alejarse sin miedo; desafiar con orgullo, ceder con ternura, triunfar sin saña. Al amor le fascinan el lujo y el desperdicio, el alarde y el lucimiento, señales de fuerza; la dulce rendición, porque es señal de fervor. Jamás mezquindad ni debilidad. Quiere ser domado mientras es deseado: con firmeza, pero con dulzura. 

El amor pide detalles hechiceros, enredos, picardías. Quiere jugar al escondite, bailar bajo la luna; avanzar y replegarse. Le embrujan los enigmas, los lances, los riesgos y las sorpresas. La literalidad le aburre. El lamento le abruma. No se vende sin regatear, sin hacerse el desentendido. No le importa perder cuando le ganan, aunque sea con embelecos, si son sagaces y no buscan más ganancia que él. No quiere ser comprado: quiere venderse; no quiere ser vencido: quiere rendirse.

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