viernes, 25 de julio de 2025

El arrepentimiento

El arrepentimiento nos cuenta la historia trágica de una voluntad errada.
Hay muchos modos de equivocarse, y ninguno nos complace; pero pocos son trágicos, pocos —por suerte— invocan la culpa o el despecho hacia nosotros mismos.  

No se trata solo de resbalar: se tiene que haber hecho adrede. Y no basta con el error: nuestra torpeza tiene que haber llegado al daño o a la transgresión. Lo trágico del arrepentimiento reside en que la insípida desmaña se entinta de la negrura de la maldad. 

El arrepentimiento abre un desgarrón en el delicado tejido de la autoestima. Por un instante, en un contexto, nos retiramos el aprecio, negamos la valía. Es un veredicto íntimo, una respuesta enérgica del yo ante las sombras de su reflejo. Nos condena esa parte de nosotros que Freud llamó Superyó: ese otro yo que vela por la ley. El arrepentimiento es el dolor que despierta la vergüenza, y pide más dolor para curarse. 

Todo poder procura someter despertando arrepentimiento. Pocos seres más frágiles, más susceptibles, más desamparados que los arrepentidos. Pocos más dispuestos a servir, y a hacerlo agradecidos por las migajas de la más leve redención. El arrepentido vaga atormentado, no porque pretenda ser bueno, sino porque ansía dejar de ser malo. Pide una oportunidad. Tal vez alguien tenga en sus manos regalarle el perdón.

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