martes, 22 de julio de 2025

El placer del orden

El orden cura.
No es extraño que a muchas enfermedades, sobre todo mentales, se les llame desórdenes

Algo está fuera de su sitio, desquiciado: fuera de quicio. Las fuerzas, sin objetivo o con demasiados, se dispersan, chocan unas con otras, se anulan mutuamente. Los actos necesitan saber adónde van: tener sentido

El caos desdibuja las formas, su profusión siembra el ámbito de obstáculos con los que tropieza nuestro paso titubeante. A menudo, cuando estoy nervioso o preocupado, empuñar la escoba me alivia: no solo porque me da algo que hacer y me distrae de mis elucubraciones, sino porque me hace sentir que voy dejando el mundo un poco más ordenado a mi alrededor. 

El tiempo también pide orden. Por eso lo domesticamos mediante el hábito y el compromiso. No soportamos el tedio, pero tampoco la sobrecarga de actividades que suele imponer la productividad abigarrada. Hay que saber qué hacer, pero el activismo atropellado perece en su propio ruido. Aburrirse y estresarse tienen la misma aura de desbarajuste. 

Mediante el orden domesticamos la existencia, la acondicionamos para hacerla habitable. El orden, en fin, es un buen aliado, siempre que no sea él quien nos controle. Toda rigidez nos somete: al cabo, el caos fecundó al orden y creó el universo. 

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