sábado, 5 de julio de 2025

Ronda de Sanabria

Allá en Sanabria, por las altas sierras y los valles recónditos, frisando la orilla del eterno lago que desdobla el cielo,
corren los ecos de los mozos zamoranos que acudían de noche a cantar bajo el balcón de su morena: «A la ronda, galanes, que viene el día. Cada cual con su dama, yo con la mía».  

Las rondas son ofrendas locas de esperanza de amor, que, como el fuego, se envalentonan de noche y languidecen de día. ¿Me elegirán a mí, se avivará la brasa contra mi noche fría? ¿Habrá una dama tierna que quiera ser mía? 

Ellas replican: «Que no voy sola, no». La noche es profunda, la noche da miedo: la tibieza de amantes alivia los desvelos. Dormid tranquilas, luceros, sosiegan los galanes. Vosotras seréis la luz, nosotros el abrigo. Se crecen ellos: «No quiero luna, sino el cielo estrellado y la noche oscura». Y los abrazos apaciguan el recelo: «Que no voy sola, no». 

Pero al final, siempre amanece. Tal vez la copla no haya logrado abrir las puertas del balcón, y todo haya sido una «quimera por la cinta del pelo de una morena». ¿Hay mayor adversario de los sueños que ese fulgor que irrumpe? El sueño blando de la niña, el sueño roto del galán. Pero no todo se ha perdido: habrá más noches y más rondas. Nos lo cantan, cada cual con su amor, Joaquín Díaz y María Salgado.  

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