Simplificar es una de las mejores maneras de hacer más plácida la vida. La libertad es cansada e impertinente, enfrenta la voluntad humana con la responsabilidad y la incertidumbre.
Fromm nos explicó que le tenemos miedo a la libertad, aunque eso ya se supiera, como prueban las viejas tendencias a la rutina y a la sumisión. El sabio se retira del mundo para desprenderse de lo accesorio. «Haz un inventario de tu vida y busca formas de simplificar», recomienda Johnson.
Hay personas con el don innato de hacer sus vidas más sencillas. Les bastan unos pocos esquemas de lo que quieren y lo que hay que hacer. Dichosos ellos. Cierto que la simplicidad no está exenta de peligros: la manipulación y el prejuicio, el daño a otros cuando no les hace justicia la falta de sutileza. A cambio, viven y dejan vivir mucho más tranquilos que los meticulosos y los obsesivos; al esperar menos y encajar con naturalidad los sinsabores, suelen ser más alegres. Tal vez no podamos esperar de ellos mucha comprensión, pero su presencia fluye como un agua fresca y transparente.
Para los que vivimos abocados a la complejidad, las personas sencillas son un buen ejemplo. Claro que nosotros ya no podemos regresar a ese estado de pureza original, pero tal vez nos inspiren para desprendernos de algunas zozobras inútiles.
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