miércoles, 3 de septiembre de 2025

Fuerza e imaginación

Somos primates: la fuerza sigue siendo
el poder por antonomasia.        

Basta comprobar lo poco que necesita la razón el poderoso: él empieza por erigirse, y luego siempre encuentra modos de legitimarse. «Venceréis, pero no convenceréis», reprochó el sabio Unamuno a los franquistas. Lamentablemente, vencer suele imponerse a convencer, y no lo necesita. 

Sin embargo, la fuerza torpe y grosera tiene un recorrido corto, y en eso acertaba Unamuno. La imposición rudimentaria tiene sus límites, y su meteórico ascenso presagia la caída: siempre puede irrumpir una fuerza mayor que la someta. La fuerza sin criterio demuestra, en el fondo, escasa pericia. La inteligencia, los principios, la capacidad de inspirar confianza y respeto, unidas a un oportuno grado de astucia, suelen dar frutos más consistentes. Algo así quería decir Maquiavelo cuando avisaba a los príncipes de cómo administrar su gobierno con sagacidad y prudencia. 

Cuando la fuerza no alcanza, nos queda la imaginación. Manejada con pericia, seguramente llegará más lejos. La fuerza gana una suerte bruta, la perspicacia es una virtud. Su don es resistir, y tal vez convencer, que puede servir de gentil rodeo para acabar venciendo. Si algo nos distingue de los otros primates, es eso: la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza. 

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