sábado, 18 de octubre de 2025

Construcción del malo

Los niños viven en un mundo de buenos y malos absolutos:
tardarán en desmenuzar los mil matices que hay entre esos extremos. 

Todos añoramos esas luces y sombras tan contrastadas de la infancia, y aún nos gustaría juzgar a los demás separándolos sin dudarlo en culpables e inocentes. Quizá por eso nos pasamos la vida convenciéndonos de la bondad de algunos frente a la infamia de otros. Para que uno sea digno de aprobación, alguien tiene que merecer el castigo. ¿Habría ángeles sin demonios? Como en las películas, el héroe no podría ostentar su triunfo sin la derrota de un antagonista. Los chivos expiatorios sirven para redimir a las multitudes, como argumenta el genial René Girard. 

Necesitamos creer que somos buenos, y que también lo son los nuestros: los malos tienen que ser los otros. Nada nos hace estimarnos más que un enemigo común. ¡Y cómo nos une achacar toda la vileza a los extraños! El forastero siniestro es motor de la solidaridad interna y de la hostilidad externa del grupo. Los grandes defectos foráneos nos hacen condescendientes con las nimias transgresiones de los nuestros. Superar esa visión simplista requeriría admitir que la realidad es compleja y mestiza, que quizá lo mío no sea tan bueno, ni lo ajeno tan condenable: nos arriesgamos a la humildad, a la compasión, a la fraternidad.

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