miércoles, 26 de noviembre de 2025

Silencio

El silencio siembra presentimientos de soledad y de ausencia.
¿Hasta dónde somos capaces de soportarlo? 

Parece que no mucho: el aislamiento puro, sin estímulos, sin soluciones de continuidad a las que agarrarse, nos sume en un marasmo aterrador, nos intimida tanto que necesitamos llenarlo cuanto antes de un rumor de sucesos; y, si no podemos, provocamos nosotros el ruido con el parloteo de nuestros pensamientos. 

No estamos hechos para demasiada quietud: nuestros sentidos andan hambrientos de estímulos. Solo así comprobamos que aún existimos, que no nos hemos disuelto en la nada del todo, esa nada de la que procedemos y a la que regresaremos, pero a cuya eternidad es ajeno este breve, ínfimo tumulto de la existencia. 

Por eso la meditación, que sondea el vacío en la quietud interna, resulta tan ardua y tan transformadora: el que es capaz de sobreponerse a la levedad del ser quizá deje de necesitar la algarabía de los otros temores. La lucidez, entonces, resultaría ante todo una cuestión de determinación: el coraje de soportar los vértigos del silencio, permanecer en ellos a pesar del tirón de la mente que se aferra a su incesante elucubración. Hay quien ha enloquecido por falta de estímulos, quien se ha extraviado por los vericuetos de la meditación; quien pretendiendo ser santo, naufragó en el delirio.  

Esa mezcla de arrobo, reverencia y temor debe ser lo que los románticos denominaban lo sublime. Pocas alegorías sobre la condición humana más sobrecogedoras que aquella figura del pintor Friedrich, que se asoma, conmocionada, a un océano de simas y nieblas desde un despeñadero. De espaldas, rigurosamente ajeno a nuestra mirada clandestina, solo ante sí mismo o, más bien, ante la eternidad que le ignora, patria magnífica de la que fue exiliado. 

Ese exilio es el precio de la conciencia. Probamos el fruto del árbol de la ciencia y al hacerlo perdimos el mapa del árbol de la vida. Y es esa antigua ruta lo que vislumbramos, nostálgicos y enamorados, cuando, como el personaje de Friedrich, nos asomamos desde un peñasco a las cordilleras distantes. 

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