¿Por qué nos angustia la falta de sentido? ¿No podríamos
tener bastante con asistir a la maravilla de otro día de sol? Cuentan que,
cuando le preguntaron al griego Anaximandro para qué había vivido, replicó: «Para contemplar las estrellas».
Buscamos nuestro sentido porque estamos sumidos
en el tiempo, y habituados a pensar en términos de origen y destino. Pero, por
lo que respecta al mundo y a nosotros, el tiempo se desdibuja en la penumbra en
ambas direcciones. Sentimos el vértigo de dos eternidades que confluyen en
nosotros. Sabemos con certeza que, como todas las cosas, tuvimos un principio y
tendremos un final. Somos, como dijo Heidegger, seres para la muerte. Pero no
podemos resignarnos a esa ley: lo existente tiene vocación de perdurar.
Nuestra presencia es un paréntesis
insólito, ínfima excepción en medio de la vastedad de la nada. Más que el
porqué, nos inquieta el para qué. Podemos transigir con no saber de dónde
venimos: nos basta con estar aquí; pero nos ofende carecer de propósito. Cada
instante de gozo y de dolor se perderán para siempre. Nos consolamos con
fantasías. Sin embargo, una cosa va con la otra: lo que empieza tiene que
acabar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario