Hay quien ha planteado la existencia de una moral natural,
innata como el color de los ojos. Se ha discutido mucho sobre si somos malos o
buenos por naturaleza.
Me parece una discusión estéril y quizá tendenciosa.
La idea de una naturaleza establecida suele servir de coartada para justificar
otras cosas discutibles. Está en nuestra condición, indudablemente, buscar comida
y seguridad, por ejemplo. Pero imposible saber si tendemos a ser buenos o malos,
entre otras cosas porque no todos interpretamos lo mismo bajo esos conceptos.
Lo que parece indiscutible es que somos
sociales, es decir, que tenemos la tendencia a asociarnos, a compartir, a
competir, a intercambiar… Entre nuestras necesidades, sorprendentemente, están
la aceptación, el aprecio y el amor. Para recibir amor tenemos que darlo. En
definitiva, la maldad no siempre sale a cuenta.
Pero la bondad va más allá del interés
instrumental. No solo necesitamos que nos quieran: también necesitamos
querernos. Y ese amor también es condicional. Ansiamos cumplir los requisitos
de bondad que nos imponemos nosotros mismos. Eso incluye la dignidad.
La ética es un invento
humano; una elección, un proyecto y una lucha. Fundar la fortaleza frente a las
debilidades. Requiere convicción y esfuerzo.
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