Es obligado tener miedo. La vida es difícil y nosotros
vulnerables. Pero el miedo debería inspirarnos para sobrepasarlo y fundar el
coraje. De lo contrario solo redunda en la impotencia, o, como lo definía
Spinoza, una tristeza inconstante. Hay que trascender el miedo o naufragar en
él.
El principal antídoto del miedo quizá no sea,
como dice J. A. Marina, la esperanza (que Spinoza consideraba compañera
inseparable del miedo), sino la sensación de control. En el paradigma que
Seligman llamó indefensión aprendida, lo que se aprende es que uno no puede
evitar el dolor, haga lo que haga. Nada resulta tan demoledor para la voluntad,
y no es extraño que el ser asediado de ese modo tienda a autodestruirse.
Comprender es una manera de conquistar
control. Por eso preferimos una mala explicación a la incertidumbre. Y por eso
las creencias son guaridas tan frecuentadas contra el miedo. Los rituales escenifican
un control imaginario con tal fuerza que cuenta como real.
Pero lo mejor es mantener
la lucidez y actuar. Retirarnos ante lo que nos sobrepasa (si podemos) y enfrentarnos
cuando nos creamos capaces. Prepararse contra los inconvenientes para que, si nos
vencen, no sea por incautos. Plantarle cara al miedo es ya derrotarlo.
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