viernes, 3 de febrero de 2017

El pasado como coartada

No acudimos al pasado más que cuando lo precisamos para afianzar el presente.
Nos volvemos a él como hacemos con nuestros muertos: para que nos apoyen, o nos protejan, o nos acompañen. 

    Utilizamos el recuerdo como una vasta herencia que nunca se agota. Y, así, justificamos errores, lavamos culpas, urdimos tramas insólitas, ratificamos la amargura, matamos el aburrimiento… Damos salvoconductos a nuestras prisiones y a nuestra torpeza. El pasado es siempre útil para apuntalar cualquier mentira, pero la mentira burda es como el agua del mar, que da más sed cuanto más la bebes.

El pasado es un refugio fácil, ya que lo modelamos a nuestro gusto. Lo que llamamos memoria es la reescritura de viejos sueños y antiguas pesadillas. Qué dulce es arroparse en lo que nos ha complacido, y recordarlo como nos gusta, cuando en el hoy hace demasiado frío. Somos tan ingenuos que andamos buscando las mentiras más bellas para hacer de ellas nuestra fe, para abandonarnos como amantes incondicionales. Ay el maldito hechizo maravilloso de la felicidad pasada: como todos los mitos, podría hacernos prisioneros.

Y no sucede otra cosa con los recuerdos ingratos: pretendemos que nos den la razón en el presente, en lugar de mirar con ojos limpios y construir lo nuevo.

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