Sabemos que no todo es según el color del cristal con que
se mira. Hay cosas inapelables, y en esto se equivocaron los estoicos. Sin
embargo, para muchas se cumple la máxima de Epicteto: «No nos perturban las cosas,
sino las opiniones que de ellas tenemos». Habría que poner cuidado, entonces, en
que el cristal esté limpio (para conocer) y tenga el mejor color (para actuar).
Conocer para vivir (bien).
Tenemos que educar la mirada, ponerla de nuestra
parte. No se trata de que nos sucedan grandes cosas. Las grandes cosas ―¿y por
qué son grandes?― están ahí a cada momento; lo que marca la diferencia es ser capaz
de distinguir su silueta escondida entre las rayas. A veces hay que cambiar de anteojos.
Y trocarlos sería algo así
como darle un voto de confianza al cosmos. Nadie garantiza que el mundo pueda
ser mejor, que logremos ser felices. Tal vez encontremos más avales para lo
contrario. Sin embargo, ¿qué es lo que agrupa nuestras fuerzas y nos proyecta
hacia el futuro? ¿El lamento, el reniego? Solo porque se cree se construye.
Cuando concebimos lo insólito como posible, pasa a convertirse en proyecto; se afirma,
se trabaja, se toma en serio, y entonces, si hay suerte y fervor, se convierte
en realidad.
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