martes, 7 de febrero de 2017

Viejos rencores

El rencor de viejas querellas brota de repente, cuando menos se lo espera,
cuando ya parecía olvidado, quizá en un momento de baja autoestima o decaimiento, quizá como respuesta vicaria a resentimientos más inmediatos o en gestación. Así es como la memoria resucita a los muertos, convirtiéndolos en espectros, sombras con las que pelear por rancios agravios, que el tiempo no bastó para sepultar.

En el desván se arrumban selectas cómodas repletas de tesoros junto a mohosos despojos de la rabia. Hemos topado con canallas, locos, mezquinos y truhanes. Nos han vejado, nos han robado. ¿Qué hacemos con esas ruinas? Tal vez revivirlas sirva para tantear una defensa que en su momento no supimos o no nos atrevimos a oponer. Pero, ¿a qué precio?
 
Mejor no dedicarles mucho tiempo. Si acaso, el justo para sacarles las piezas y aprender algo. Luego, déjalos ir. Tíralos a la basura a la que pertenecen y no permitas que perturben, como dicen Séneca y Epicteto, lo que importa: tu serenidad interior. ¿A quién ofendieron? No a ti, si te mantienes fuera de su alcance. Solo vulneraron una idea que quieres ensalzar a toda costa (a costa de ti mismo). Quizá esa imagen pertenezca también al muladar de las basuras.

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