No existe equilibrio definitivo mientras haya novedad y
movimiento. He aquí la naturaleza dialéctica de la existencia humana, que ya
señaló Heráclito con su río huidizo. Para vivir hay que tolerar un cierto grado
de tensión permanente, de ansiedad resultante.
Pero la incertidumbre es dura de sobrellevar.
Por eso la tradición instaura símbolos que nos inspiren la sensación de orden y
estabilidad. En las sociedades tradicionales, los momentos de la existencia
vienen marcados por ritos definidos, que demarcan las actitudes que se esperan
del individuo, y le indican los modos concretos como desarrollará su
sociabilidad. Simbólicamente, la adultez se gana después de un período heroico
(los doce trabajos de Hércules), después del cual el hombre se casa y tiene hijos.
En la actualidad faltan
esos ritos, lo que hace más difícil saber a qué atenerse, manejar el cambio. El
hombre actual tiene un trabajo adicional: crear su propia estructuración del
tiempo, sus propios principios, su propia visión del mundo. Cuando actúa como
héroe, le falta la bendición de los dioses; cuando cae en la cotidianidad
prosaica, le falta la promesa de un lugar en la tribu. Ni se le reconoce ni se
le honra. Esa soledad tiene que traducirse en ansiedades, adicciones y
congojas.
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