No elegimos nacer, pero ahora mismo podemos elegir vivir.
Sin devoción expresa, sin pretensión definida, optamos por el hay que seguir como divisa.
Lo hacemos sin sentido, desconocedores de la
profundidad, inhibidos de la esperanza. Eso quizá nos haga frágiles. Pero se
puede seguir a pecho descubierto.
No tiene nada de heroico. Al envejecer ―no
necesariamente madurar― se continúa viviendo por costumbre. La filosofía reducida
a su mínima expresión: no se trata ni siquiera de nihilismo (pues no hay
rebeldía ni negación), es más bien una serena bajamar, un epoché escéptico que se retrae de las respuestas.
¿Y no hay sustento entonces? Sí lo hay. No es
un mero repliegue derrotista: es una ignorancia confiada.
Y desde esa ataraxia no rebelde, se puede
construir algo parecido a la vida y a la sabiduría. Ahora que nada se exige,
todo se puede pedir, incluso el sentido. Quedan únicamente Sísifo, su
persistencia, y el universo de fondo. Formando un todo armónico, ya sin
conflicto. Vuelve a haber una patria, que está aquí, en esta piedra que hay que
remontar por la colina. ¿Qué otra profundidad necesitamos para continuar? Basta
con la voluntad hecha tarea. Ahí encontraremos dónde agarrarnos: siempre nos
quedará la piedra.
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