martes, 21 de marzo de 2017

Sufrir como exceso

A veces me pregunto si nuestros sufrimientos imaginarios no serán un recurso melodramático
para que nuestra vida parezca más importante.

Algunos nos tomamos nuestra vida como algo demasiado personal, y demasiado en serio a nosotros mismos. Una vez se lo insinué a una conocida y debió molestarle, porque me replicó: «Lo siento, puedo más yo que yo». A la frase le sobra ingenio, y a la mujer le sobraba ego.

Quizá la paz sea tan sencilla de lograr como desprenderse de esa afición morbosa a preocuparnos, a retorcer el sufrimiento natural y simple. Quizá se trate de limitarnos a sufrir con vulgaridad: habría que renunciar a que nuestro dolor tenga nada de especial o terrible, aceptar que no es más que el mismo dolor de todos los tiempos. ¡Un hermoso, sabio y reconfortante ejercicio de humildad! Negarnos a que los temores y los empeños nos sirvan como coartadas del narcisismo.

La vida es generosa en detalles funestos: no hace falta que le hagamos el trabajo. En el fondo, lo que buscamos es inventar sufrimientos imaginarios que nos dispensen de los reales. Regresemos a estos, aceptando que, como dice John Carmody, «si un problema no nos hostiga, otro pronto lo hará… No existe forma de no sufrir y no tener miedo».

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