miércoles, 5 de abril de 2017

Buenas compañías

No creo que haya personas que nos hagan peores: eso sabemos hacerlo solos.
Sin embargo, sí es cierto que las hay que nos inspiran mucho. Para bien o para mal.

Hay personas con las que uno se descubre a sí mismo y se cae bien. Hay personas luminosas que caminan a nuestro lado ofreciéndonos entre sus manos pequeñas piedras brillantes recogidas en la playa. Junto a ellas, uno fluye suavemente, sin aspavientos, como un arroyo arremansado. Y uno se alimenta y crece.

Otras personas, en cambio, son capaces de petrificarnos con su presencia. Congelan algo vivo en nuestro pulso. Uno camina entonces tropezando. Parecen llenar el mundo de desechos e impedimentos, de extrañeza y vacío. Su espejo solo nos devuelve una imagen mezquina de nosotros.

Hay personas que nos quedan cerca y otras que cada vez que las miramos nos parecen más recónditas. Seguramente ellas no tienen la culpa, y son nuestros ojos los que no saben mirar bien. Tendríamos que aprender a desviar la mirada, a ungirla de sencillez y gratitud y desprendimiento; pero les hemos dado el poder de atraparnos, y lo renovamos cada vez que nos empeñamos en pedirles explicaciones, en pretender descifrar su enigma. ¡Sería tan fácil dejarlas ir!

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