domingo, 9 de abril de 2017

Prejuicios

La mayor parte de nuestra vida, aunque parezca suceder fuera, nos llega proyectada en el teatro imaginario de la mente.
No vemos las cosas como son, sino como quisiéramos o tememos que sean, o como nos aleccionaron para creer. 

    Nuestra mente percibe a través de ensueños, apegos, dogmas, un Matrix personal en el que dormita la conciencia, atrapada en su propio espectáculo que, como en los cines antiguos, se repite una y otra vez. Solo la realidad nos enseña, nos plantea problemas auténticos y aprendizajes útiles.

Hay que hacer un gran esfuerzo por desbrozar nuestras percepciones de ensueños, presentimientos y nostalgias, porque, aunque la realidad siempre insiste, nuestra tendencia es parapetarnos de ella tras los muros conocidos de las viejas fantasías. Por eso hay que estar siempre atento y cuestionar las convicciones: porque a menudo lo que tomamos por juicio es un prejuicio, y lo que consideramos certeza es una vieja conclusión apresurada a la que seguimos aferrándonos.

Los prejuicios son la opacidad de la razón. Nublan el entendimiento con un mundo falso que se hace pasar por real mientras lo oculta. Por eso no solo nos roban el criterio: nos escatiman la libertad, nos someten a su desatino, nos convierten en sus autómatas.

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