lunes, 17 de abril de 2017

Pasión y pérdida

¿Qué se puede hacer con una vida como la nuestra, sin profundidad ni trascendencia?
Al menos dos cosas: amar y crear. Ambas tienen sentido por sí mismas. Nos hacen bien y hacen bien. Nos sacan de nosotros mismos, pero a la vez son nuestro fruto, como el agua de los manantiales. Podríamos añadir, tal vez, una tercera opción: fluir, entregarse, desprenderse de todo.

Se diría que esta contradice las otras dos: si se trata de desprenderse, mejor no amar ni crear, que son, aparentemente, el colmo del apego. Pero uno puede saber su proyecto o su ternura tan fugaces como él mismo. Comprende que lo que ama se irá, y que entonces el amor será dolor, pero ambos forman parte de estar vivo y no llegan más allá de la vida. Y lo mismo cabe decir de las creaciones: un día quedarán sepultadas bajo el polvo del tiempo. ¿Qué importa? Mientras duraron fueron un testimonio de pasión, de vida, de presencia.

Queremos durar todo lo posible, y ojalá duremos mucho, pero eso no es lo importante. Lo bueno importa más que lo profuso. Los lamas tibetanos crean laboriosos mandalas, composiciones bellísimas y detalladas con arena de colores. Pueden pasar meses elaborándolas. En cuanto las concluyen, las estropean de un manotazo. Pasión y pérdida: los ritmos de la vida.

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