miércoles, 12 de abril de 2017

Tomar café con la vida

Confieso que a veces, cuando tengo miedo o me siento abrumado, me gustaría rezar.
Ojalá hubiera oraciones para ateos, que nos permitieran hablar con algo más grande, benévolo y protector: el universo, la vida misma, el tremendo misterio de la presencia, o simplemente nuestros abuelos o nuestros amigos muertos…

Porque a veces, cuando uno se siente vulnerable, sería estupendo poder apoyar la cabeza y confesar nuestra inmensa debilidad. Y pedir ayuda aunque no se espere, y alimentar ese sueño poderoso de que alguien vela por uno y por su bien, como hacían nuestros padres cuando éramos pequeños. No me extraña que la gente se aferre a dioses, ángeles o duendes.

La realidad ―esa señora un poco envarada y áspera que hay que tratar de cara si queremos mantenernos lúcidos― es que no hay nadie allá fuera, o no tiene por qué haberlo. Es verdad que estamos solos, que no hay padres cósmicos, es verdad que no podemos delegar nuestras responsabilidades en ningún poder mágico ―¡Ojalá fuera tan fácil!, solía repetirme mi terapeuta, cuando le confiaba mis tentaciones esotéricas―, pero, ¡qué reconfortante poder hablar a veces con la vida y «tomar con ella café», como dice Serrat, y sentirse acompañado, protegido, o al menos escuchado!

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