«Todo lo que la gente necesita se resume en amor y orden»,
afirma una psicóloga amiga mía. Me pregunto qué tienen en común. Creo que la
seguridad.
El
amor implica seguridad porque supone a alguien predispuesto a colaborar y a
mantenerse a nuestro favor. El orden perfila un mundo que cabe esperar previsible
y que por tanto admite un grado razonable de control. De hecho, el amor es un
elemento de orden y previsibilidad. ¿Podríamos postular que las neurosis, incluso
la esquizofrenia, son esfuerzos desesperados, angustiosos, desgarrados, por
instaurar una sensación de orden cuando parece imposible esperarlo del entorno?
Tener un objetivo, un
proyecto, un tema, son modos de organizar el mundo y nuestro lugar en él. El obsesivo
vive en un mundo hiperestructurado hasta la rigidez: si sufre es porque su
tarea queda siempre dolorosamente inacabada. Aun así, ese dolor es la vez su
refugio del otro más grande, mucho más devastador, que sería el mundo sin su
obsesión. El aburrimiento nos angustia por lo mismo: porque quedamos a merced
de un mundo sin coordenadas, sin fin (en los dos sentidos de la palabra). El
aburrimiento nos recuerda nuestra ausencia. Por eso somos capaces de inventar
cualquier disparate antes que quedar a su merced.

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