Eso dice el refrán, ironía de cómo cada cual ve lo que
quiere y dos nunca ven lo mismo. Serrat, tan agudo, lo retrata: «El escritor ve
lectores, el diputado, carnaza; el mosén ve pecadores, y yo veo a esa muchacha…»
Todos estamos un poco locos, y podríamos entender
que la locura es el esfuerzo desesperado por implantar un tema allá donde
parecía no haberlo, o no era suficiente. El tema cobra una dimensión ontológica:
hay que ser algo ―hacer algo― para ser.
Los temas centrales de la vida son, ya se
sabe, la supervivencia y la reproducción. Juntos, bastan para colmar una
existencia. Pero si dejan de urgirnos, hay que buscar otros. Entonces
inventamos el juego y el conocimiento, que vienen a ser lo mismo: jugamos para
conocer, y solo conocemos jugando. En cualquier caso, lo que cuenta es eludir
el vacío; que siga habiendo tema, que quede alguna tarea pendiente.
Porque la vida es tarea,
dijo Ortega. Una vida se llena declarando una tarea y consagrándole nuestra pasión.
Recabar sentido o significado es un valioso afán; pero es el propio intento el que crea el sentido. Por eso, no hay sabios, sino aprendices: locos buscadores
de sabiduría, que la rozan, si ponen pasión y tienen suerte, en el mero hecho
de buscarla.
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