La indiferencia es una virtud cuando niega el cuidado y
la preocupación a lo que no las merece. ¿Y qué es lo que no merece nuestra inquietud?
Todo aquello que nos haga sufrir sin razón, que nos perturbe el ánimo sin tener
importancia real en nuestras vidas. Todo aquello que nos llegue con maldad, con
la mera voluntad de manipularnos y usarnos como instrumentos.
Hay enemigos, y son quienes nos reducen a mero
objeto: de su capricho, de su interés; quienes quieren forzarnos a ser lo que
no somos, y nos desvían de nuestro camino para ponernos al servicio del suyo. Rastrean
nuestras debilidades, avivan su llama y se aprovechan de nuestra confusión. Manejan
las palancas de nuestro miedo. Parasitan nuestra incertidumbre.
Hay que saber pararlos; hay que saber
escabullirse de su mano de hierro. Para plantarles cara hacen falta dos cosas:
ideas claras y voluntad firme de no traicionarlas. O una sola: fidelidad a
nosotros mismos. Procurarán apretarnos donde más nos duele: la indiferencia no
es la peor arma cuando no tenemos otra.
De hecho, ellos la usan sin
escrúpulos. Los que nos manipulan, Narcisos de tres al cuarto, suelen reservar
una absoluta indiferencia a nuestros desvelos. Si no se los merecen, no se los
dediquemos.

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