Marx ya avisó que el capitalismo aliena; somete, deshumaniza.
El capitalismo es la reproducción del dinero mediante el consumo masivo y
desenfrenado. Mandan, pues, no las necesidades o los deseos humanos, sino la
lógica suprema del ganar y el gastar.
Una lógica que ya relegó a la pobreza y
la inestabilidad a los países llamados del Tercer Mundo, cuyo papel se reduce
al suministro de materias primas baratas. En la minoría de países ricos, el
hombre moderno reparte su tiempo entre el trabajo (producción y servicios) y el
consumo. El poco tiempo que queda lo llenamos con nuevos consumos: de bienestar,
de relaciones, de ocio…
La reducción de los costes, mediante la automatización
y la mano de obra barata, nos expulsa cada vez más del polo productivo. Así se
va formando una primera bolsa de pobreza, la de los desempleados, en los países
ricos (donde los opulentos son cada vez menos, pero más ricos: dinero llama
dinero). Pero a quien trabaja también se le exige que entregue más por menos.
Es el segundo círculo del empobrecimiento: el que parasita la vida y reduce los
ingresos.
Se acabó la promesa del
Estado del Bienestar. El capitalismo no admite trabas de ideales o justicia: es
el perverso triunfo del dinero sobre la humanidad.

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