Esa hermosa palabra, en el idioma de los indios Hopi,
significa algo así como vida desaforada, un tipo de vida desquiciada que hay
que cambiar urgentemente. La conocimos por el título de la soberbia película documental
de Godfrey Reggio, en la que nos sometía al contraste entre los profundos
silencios de la naturaleza y el delirante estilo de vida de nuestras ciudades.
A menudo me la repito: cuando me abro paso a empellones
entre las multitudes cargadas de bolsas en los centros comerciales; o me veo
atrapado en un embotellamiento; o no tengo tiempo para estar con mi hijo; o tropiezo
con montones de basura amontonados por las calles; o aparto bolsas y papeles al
caminar por las aceras, plagadas de orín y excrementos de perros.
Nos hemos convertido en un
peligro para nuestro mundo: provocamos la extinción de la vida, esquilmamos los
recursos; llenamos la tierra, el mar y el aire de contaminantes y basuras. Se
ha dicho que somos el homo detritus. Pero eso se queda corto. Somos también el homo neuroticus: hemos hecho de nuestra vida un pozo de estrés y extravío, al
perder de vista lo realmente importante. Hemos reducido el ser al tener, el
trabajar al producir, el disfrutar al consumir. Malvivimos sometidos.
Koyaanisqatsi: corrijamos.
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