El pensamiento positivo es una excelente fuente de conformismo.
Un medio ideal para contener peligrosos descontentos, para despertar esperanzas
y atenuar los desarreglos anímicos y mentales que provoca la opresión salvaje.
La psicología terapéutica ha jugado ese papel durante todo el siglo XX,
sustituyendo en parte a la religión, que lo ha cumplido durante milenios. Con
las corrientes de autoayuda y pensamiento positivo, el sistema ni siquiera
tiene que gastarse en proporcionarnos cura: igual que nos servimos en los supermercados
y nos ponemos la gasolina en el coche, cada uno de nosotros ejerce como
terapeuta de sí mismo.
El capitalismo no nos
quiere felices: nos quiere contentos. Es distinto. Quien es feliz se mantiene
lúcido, posee unos principios, reflexiona; y, sobre todo: es consciente de lo
que le haría infeliz. Para estar contento basta con someterse, con resignarse;
cuanto menor conciencia, mejor. Mientras uno se afana en arreglarse a sí mismo,
no atiende a un sistema que atenta contra él. Ya no se trata de organizarnos y
movilizarnos para cambiar el mundo: el mundo cambiará solo, si cambiamos cada
uno de nosotros. El esclavo contento rendirá más, se conformará antes, y
acusará al esclavo descontento de no haber sido lo bastante positivo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario