miércoles, 7 de junio de 2017

Resentimiento

El resentimiento, aunque ruin, nos sirve para no perder la memoria de lo inadmisible.
En este sentido, es un guardián de nuestra dignidad. 

    Lo malo es que a la vez la erosiona, al hacernos miserables, y además está de parte del sufrimiento: alimenta una espiral viciosa, en lugar de un círculo virtuoso. No es una memoria aséptica, sino un pozo ciego donde el recuerdo se pudre y emana miasmas que envenenan el aire.

Lo mejor que se puede hacer con el resentimiento, qué duda cabe, es librarse de él cuanto antes. Si es posible, poniéndolo de nuestro lado, expresándolo de la forma más segura y constructiva de la que seamos capaces. Si alguien olvidó su pelota en nuestro campo, devolvámosla aprisa y sin perder la compostura. Luego, asegurémonos de quitarle fuerza a su evocación: magnanimidad, compasión y también perdón.

En cualquier caso, nuestra vida vale más que el peor de nuestros odios. Un odio demasiado destructivo es siempre autodestructivo. Tal vez nuestros oponentes no aprovechen una nueva ocasión para la cordialidad; nosotros siempre podemos aprovecharla: aunque solo sea para reducir el rencor ardiente, que se empeña en estrecharnos contra otros, a una pacífica indiferencia, hermana de las sanas distancias.

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