viernes, 7 de julio de 2017

Dios es una mala hipótesis

Respeto a quienes creen en Dios,
como a los que creen en la reencarnación, o en cualquier esoterismo. Sin embargo, que les respete no implica que no les discuta. Así se construye el conocimiento: discrepando, quitándoles el antifaz a las ideas para que nos revelen si están de parte de la verdad o solo de nuestras fantasías.

Las ideas tienen que estar dispuestas a salir a la arena, a dar cuenta de sí mismas, a exponerse a ser heridas y descartadas. Un pensamiento que no da la cara es puro fundamentalismo. La idea de Dios, como tantas creencias, suele refugiarse tras las trincheras de la fe, que es íntima y autorreferente, y por tanto tramposa desde la perspectiva racional: cree porque cree. No tengo nada contra la fe, siempre que se mantenga en su territorio personal. Pero el espacio social, la plaza pública, no puede sostenerse sobre la fe. En el encuentro tiene que haber un código acordado. Si se afirma que algo es verdadero, hay que demostrarlo, y solo se han concebido dos maneras de hacerlo: una experiencia compartida y repetible, y una argumentación convincente.

Las hadas, la vida eterna, los espíritus, y por supuesto Dios, no cumplen ninguno de esos dos requisitos. Ni son palpables ni son creíbles. Por tanto, mientras nadie demuestre lo contrario, hay que negarlos.

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