martes, 4 de julio de 2017

Perdón

El rencor tiene su sentido, y no comparto la condena que suelen reservarle los moralistas.
A veces el resentimiento es un modo de no olvidar que algo nos fue vulnerado
tal vez la dignidad, o la alegría, y que debe ser restituido, al menos simbólicamente.

Sin embargo, a veces no es posible lograr esa satisfacción: porque no está en nuestras manos, porque para lograrla habría que pagar con nuevas indignidades y tristezas. A veces, sea o no posible, el rencor es demasiado grande y solo sirve para revivir el daño una y otra vez. Entonces, quizás haya que plantearse perdonar.

El perdón es siempre bueno, porque nos libera y nos permite descansar. El perdón concluye historias que nos persiguen y no nos dejan vivir. El perdón es una reconciliación con la humilde condición humana, de la que solemos esperar demasiado, tal vez arbitrariamente, cegados por nuestra apetencia. En eso consiste la compasión, en rendirse en otro (y en nosotros) a la inevitable imperfección. El perdón cierra la puerta abierta del rencor, o más bien abre la puerta cerrada del amor y la comprensión, y sustituye un vínculo destructivo (pero intenso y vivo) por otro constructivo (o meramente atenuado). El perdón es creativo porque deja atrás el pasado y restituye lo imprevisible en el futuro.

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