jueves, 12 de octubre de 2017

Ignavi

En la antesala del Infierno, sin poder escapar ni entrar en él, sitúa Dante a los ignavi, los que no tomaron partido.
Incapaces de comprometerse con el bien o el mal, su castigo es verse privados de una muerte que anhelarían, ya que no pueden disfrutar de la vida, y correr tras un estandarte sin enseña, huyendo de un enjambre de avispas. 

    El poeta los desprecia profundamente: «Ya no tiene memoria el mundo de ellos, compasión y justicia les desdeña; de ellos no hablemos, sino mira y pasa.»

Vivir es comprometerse, si aspiramos a guiar nuestra vida con una ética. No podemos desentendernos frente a la perfidia: quien no está contra ella, está de su parte. Ante la maldad no se debería ser tibio, ni pusilánime, ni oportunista.

Y, sin embargo, todos, alguna vez, hemos procurado escabullirnos de ese compromiso, al menos ante los otros. Todos hemos callado, todos hemos negado más de tres veces antes de que cantara el gallo, con la esperanza de no arriesgarnos a ser aislados o perseguidos.

Tenemos que reconocer que a menudo no resultamos precisamente admirables. Pero la vida es agreste y nosotros débiles: a veces lo urgente es vivir, no vivir bien. Todos hemos sido ignavi, y lo hemos pagado con las picaduras de la vergüenza. Por suerte no habitamos el Anteinfierno, y aún podemos optar por el valor.

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